miércoles, 2 de abril de 2014

El graffiti en el mundo

Los entendidos coinciden en fijar en 1942, Segunda Guerra Mundial, el nacimiento del graffiti moderno, asociado desde entonces a un nombre, Kilroy, que trabajaba en una fábrica de bombas en Detroit, Michigan. Cada vez que daba su visto bueno a una pieza escribía en grandes caracteres «Kilroy was here» (Kilroy estaba aquí). Los soldados que transportaron aquellas bombas hasta Europa, y luego las dispararon, escribían «Kilroy was here» en los muros que quedaban intactos en las ciudades después de los bombardeos. Kilroy se convirtió así en sinónimo de la protesta pacífica a través de inscripciones.  En la Conferncia de Postdam, dicen que Stalin preguntó a su ayudante: «¿Quién es Kilroy?».

Los graffiti urbanos ganan en creatividad en situaciones de tensiones políticas: durante las revoluciones, bajo la ocupación (el Reichstag en Berlín), en las guerras, en mayo del 68, en el Muro de Berlín… En el cartel La obra de Satán II, aparecido justo después de la Comuna de París de 1871, se ve a un graffitero escribiendo «Prohibido rezar» mientras que Marianne llora por los desastres de la derrota frente a Prusia. La barrera que en Cisjordania separa territorios israelíes y palestinos, es desde el comienzo de su construcción un soporte de expresión. Cubierto primero de slogans reivindicativos, inmediatamente se convirtió en el soporte de obras de arte comprometidas realizadas por artistas conocidos, como los carteles del fotógrafo JR, los frescos del pintor callejero inglés Banksy o las pinturas de  Monsieur Cana, quien también trabaja en los campos de refugiados palestinos.

En Francia, a finales de los años 60 del siglo pasado, el graffiti adquiere valores muy intelectuales, (algunos solo es capaz de descifrarlos un grupo reducido de personas) y se hace decididamente político: a veces con humor, con poesía, con doble sentido, con rotulador o pincel se pintan eslóganes atractivos y simpáticos que enganchan. En mayo de 1968, los mensajes políticos que aparecen en las calles parisinas ganan en poesía y en calidad gráfica. Son normalmente obra de estudiantes de filosofía, literatura, ciencias políticas o arte, cargados de humor muchas veces absurdo: «debajo de los adoquines está la playa», «la vida está en otra parte», «la felicidad es una idea nueva». Son slogans escritos con pincel, conrotulador, con spray; son también carteles serigrafiados y dibujos efectuados con plantilla, que se repiten hasta el agotamiento. De la cartelería salvaje y militante nació entonces una tradición parisina, que se conserva, del graffiti con vocación estética.

Es entonces cuando pintores que se han formado en las escuelas de arte, pero se sienten interesados por la idea de un arte urbano y clandestino, se asocian a los graffiteros o se apropian de su técnica. En 1980 tiene lugar la exposición  New York New Wave organizada en el centro de arte P.S.1 (Moma) de Nueva York. Artistas consagrados como Andy Warhol aparecen junto a grafiteros como Seen y pintores inspirados en la cultura del graffiti, como Jean-Michel Basquiat.

Es justamente el aspecto ilegal y clandestino lo que seduce a muchos artistas que, igual que había ocurrido  poco antes en Estados Unidos, se suman a la cultura del hip-hop y empiezan a fabricar obras colectivas, claramente inspiradas en el muro de Berlín. Construido  a principios de los 60 para separar las dos Alemanias, los ciudadanos del Este no podían atravesarlo, ni siquiera acercarse a él, mientras que los residentes en el Oeste lo atravesaban con frecuencia para hacer de él una tribuna libre y pintarle graffiti. Cuando lo destruyeron, aquella magnífica noche de  1989 en la que los alemanes cogieron el futuro con sus propias manos, estaba totalmente sumergido en eslóganes, dibujos,  pinturas, mensajes y firmas. Después, un puñado de reconocidos artistas contemporáneos dejó su nombre escrito en lo que quedaba de Muro al pie de una obra que el tiempo se ha encargado de ir borrando: arte efímero, arte pobre, graffiti en fin de cuentas.

Pero como el mercado recupera todo, hoy el graffiti no solo ha llegado a las galerías y los museos, sino también a la publicidad, que  ha entrado a saco en su mundo y, desde comienzos del milenio, grandes firmas internacionales contratan graffiteros para sus campañas: Nike, IBM o Sony ya lo han hecho. Pese a todo, los muros de los cinco continentes gritan todavía  a los cuatro vientos que solo ellos siguen siendo los auténticos espacios de expresión libre.

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